La resurrección de los muertos.

Después de la debacle del llamado » socialismo real» en Europa del Este una nueva corriente de marxistas ha surgido dentro de Cuba. Generalmente son personas instruidas pero incapaces de aceptar que el marxismo ha fracasado como doctrina política de estado a partir de la negativa experiencia histórica de todo un bloque de países.»El marxismo no ha muerto»- dicen- y acto seguido ofrecen una cantidad desconcertante de razones para demostrarlo.

Sobrepasado el shock inicial de los años noventa del siglo pasado ahora parecen resucitar con fuerza renovada, para lo cual echan mano a los pesados tomos de El Capital creyendo que todos los problemas del mundo actual podrían ser resueltos a partir de las sentencias anidadas en sus páginas. Incluso, dicen que el bloque socialista no hubiera perecido si se hubieran aplicado convenientemente las recetas de los señores Marx, Engels, y Lenin.

Una de las razones que esgrimen los neomarxistas, y tal vez la más socorrida, es que esa doctrina no fue aplicada nunca. Acusan a Stalin de haber trocado definitivamente el rumbo del verdadero marxismo dadas sus ansias de poder absoluto y lo coronan con un listado enorme de errores económicos y políticos. El georgiano, quien fuera el presidente del Consejo de Ministros de la Unión Soviética desde 1941  hasta 1953 , parece haber sido diseñado para cargar con todas las culpas del Gran Fracaso. Atrás quedaron para él aquellos tiempos gloriosos en que se le otorgaban todos los méritos por haber ganado la Segunda Guerra Mundial, lo que evitó que el marxismo, el socialismo, y eventualmente el sueño de una sociedad comunista, hayan sido borrados de la faz de la tierra. Hoy Stalin es para los neomarxistas -¡quien lo diría!- la Bestia Negra que mancilló las puras ideas de igualdad, progreso y libertades que soñaron los teóricos.  Pero sorprende más escucharles decir que «el sistema cubano es estalinista», algo que siempre se ha sabido, pero que nunca fue cuestionado por ninguno de los alegres revolucionarios que gritaban a todo pulmón ¡socialismo o muerte!,  o que aplaudieron hasta casi desmayar cuando el viejo comandante  dijo, muy eufórico, que el pueblo cubano era «un pueblo de comunistas».

De tal manera que quienes siempre se declararon marxistas a si mismos ahora resulta que no lo fueron en verdad, según los «neo» del marxismo. En el caso cubano, se le tira una toallita tibia a los gobernantes porque «el bloqueo y las amenazas imperialistas los obligaron a tomar medidas especiales de resistencia». «Había que salvar la revolución»  -explican sin levantar la vista-  mientras continúan sumergidos en el fondo de los libracos enormes que les sirven de base material para sus afiebradas elucubraciones.

Pero los neomarxistas no parecen disfrutar de la comodidad que tuvieron sus padres ideológicos, quienes desde el poder hicieron todo cuanto les vino en ganas. A estos «mozalbetes»  se les suele ver como incómodos  (según ellos)  , demasiado radicales para el gusto de los miembros orgánicos de la nomenclatura educados bajo el rigor de la vieja escuela. No les gusta que lo critiquen todo aunque sea muy suavemente y que clamen por un socialismo más adecuado a las escrituras originales de los padres fundadores de la doctrina.  Por ello, algunos  han sido tildados de contrarevolucionarios o  como personas con «problemas ideológicos».

Y mientras el marxismo resucitado sale de su tumba, Raúl Castro ha dado la órden de llenar el paisaje de las ciudades cubanas de timbiriches y carretilleros, forradores de botones y payasos, destupidores de fosas y peluqueros de animales afectivos. El requisito es que  paguen impuestos. Resulta que, siguiendo al Che Guevara, hay que «echar mano a las armas melladas del capitalismo» para resolver la situación, una situación que esos gobernantes en su acostumbrado lenguaje semi abstracto reconocen como «la más delicada en la historia de la revolución».

A estas alturas creo que ya no hay mucha gente dada a creer que ancianas octogenarias enfundadas en pollerines de olán, cara blanqueada por los polvos de arroz y labios rojísimos por el carmín,  vayan a lograr que aparezcan por la guardaraya  jóvenes mancebos  que les propongan matrimonio y tener muchos hijos. Tampoco para los gobernantes cubanos, en su recta biológica final, hay demasiado tiempo para teorizar sobre marxismos y leninismos habiendo tanto petróleo que sacar de la Venezuela de Hugo Chávez.

«Es que los libros no se comen» -diría  Raúl Castro con voz ronca después de bajar un doble de vodka.

Vice

New Orleans.