El amigo Felo

Tengo de vecino en España a un amigo de la infancia, el Felo. Un tipo bueno de los que ya no nacen, un hombre cabal, trabajador, de poca instrucción pero sobrado de bondad y encantos.

Se casó joven en Cuba y muy enamorado. Vivía con su madre y con su señora en una buena casa del barrio de Lawton y tuvo la suerte de tener una preciosa niña que ha sido desde entonces la razón de su vida.

A los doce años de casado y con su hija ya casi adolescente su mujer le engaño con un compañero del trabajo, un dirigente del PCC del centro. La vida desde entonces fue un infierno en su casa, con sus tres mujeres del alma, una de las cuales estaba perdidamente enamorada del militante. Decidió emigrar para alejar instintos y ayudar de paso a mejorar la economía de su madrecita y de su hija. Vino a este país después de mil vicisitudes que me ahorro en describir y desde entonces trabaja y vive sólo para enviar dinero y cositas necesarias a sus luceros que quedaron en Cuba.

En la casona de Lawton vive desde entonces y lo administra todo el militante, que también controla a su madre, su mujer y su hija y hasta se encarga de intervenir las remesas que llegan desde España. Felo ha querido traerse a su gente pero no puede, la mujer por no abandonar al militante, la hija por no abandonar a su madre y su madre por no abandonar a la nieta.

El tiempo ha ido pasando y ahora su hija con 23 años se ha casado con un joven, también militante y muy dado al consumismo capitalista, la vida cómoda, la pacotilla de afuera y los fulas. Y como no tienen casa se ha quedado a vivir también él en la casona. Ahí están ahora, esperando que nazca la niña que viene y que nombrarán Celia, en honor a la secretaria y a la que Felo desde ahora llama mi nietecita del alma.

Mi amigo Felo llama por teléfono para saber del embarazo y termina anotando los pedidos que le hacen, casi todos para los militantes de la casa. Y él llora como los hombres buenos, sin insultos, sin odios, llora solo por la vida que le ha tocado y en la que se siente miserable. Sabe que vivirá siempre alejado de sus luceros y sabe también que seguirá siendo esquilmado por los tres militantes, el de su hija, el de su mujer y el militante en Jefe que le chupa hasta la sangre en impuestos de cambio, tarifas telefónicas, tasas de correos, precio de productos básicos, y más.

No sé a ustedes, pero a mi me enternece el amigo Felo, ese que nunca habla de política, ese que sólo piensa en sus tres luceros. Ese amigo que también siente impotencia y dolor por los tres militantes que le chulean su esfuerzo diario y que le han amargado su vida.

Sr. González

España